miércoles, 15 de enero de 2014

Soldados políticos.

Con la sonrisa que hacia desbordar su mandíbula a un extremo parecido a la mueca estaba sentado en su silla, el taburete estaba adornada con un viejo alabastro que la hacia parecer el trono de un emperador, la viola que sonaba a lo lejos era la de un rey, súmmun embajador de esta su casa, los valientes que osaban molestarle los hubiera mandado matar por sólo llamar al timbre. Aunque su temido mal carácter era más chismorreo que la vida real su presencia sola imponía. Al lado había una estancia gemela que servía de salón o de cuadra para los animales según necesidad. Era una casa pequeña pero acogedora, la ducha estaba en la calle, era una simple trampilla con cuerpo alargado que dejaba caer el agua en la boca de una regadera. Era un hombre de aquellos antiguos con corbata de lana, botones de la camisa desabrochados, chapiri inclinada a la derecha, fumaba grifa en su pipa de madera de boj y bebía aguardiente para desayunar. Su rutina era la misma todos los días se levantaba al amanecer, realizaba varias asanas y siempre tres respiraciones profundas. Sus cuarenta flexiones hacían ver sus terminaciones musculares que al paso de cada esfuerzo se veían más agrandadas. Después de diez kilómetros a paso ligero se dejaba pasar sudoroso y con la envenada al cinto, con una gran sonrisa al restaurant Lourdes. El almuerzo no era su favorito, los  huevos con bacon y alubias con tomate era demasiado británicas para su gusto pero como solía decir cuando no había pan buenas son tostás. Sus gustos eran estrafalarios para la mayoría de los mortales no se orientaba por modas, corría de la ópera chica "nuestra zarzuela" a la clásica, siendo la cabalgata de las Valkimias de Richard Wagner su favorita. Del blues más negro de New Orleans al tango más suave de Gardel, era un mundo de vivencias, las vivencias de su mundo. Sus ojos eran verdes cómo las olivas su abultada barba blanca era un recuerdo de su pasado. Aquella mañana se levantó antes del alba, había llovido toda la noche y eso le había echo levantarse con un humor de perros por las numerosas goteras, aunque las heridas del pasado viajaban recordandole sucesos "ennieblizados". Su valor y coraje en batalla le habían valido tener varias estrellas en su solapa, pero aquello no se había ganado siempre con la moralidad, nunca había sido fácil matar a un igual. Los fantasmas le sobrecogían de noche, donde hasta el más valiente dudaba. Hubiera dado su vida por salvar un alma. Las ametralladoras silbaban en la lejanía corrió hacia la vía del ferrocarril las órdenes eran ordenes tenia que salvarles. Lo que vio haría vomitar al forense más habituado, en la ciega oscuridad no pudo más que divisar colores mezclados con olores nauseabundos. Los niños gritaban, los ojos de uno de ellos lucían como la pólvora, se agarro a sus barbas y le inquirió hasta la sangre que cogiera a su hermano, le calmo, le grito que le dijera donde estaba, pero lo que vio le dejo sin aliento no pudo más que secarse las lagrimas. Lo metió en un saco y corrió tan deprisa cómo "Hércules" nunca miro hacia atras hoy todavía recuerda un miedo seco. La norma de por cojones le resultó muy bien en la vida, así había salido vivo de demasiadas situaciones. Salvo aquellos niños, aquellos niños que podían ser sus hijos, sus hijos estaban a miles de kilometros.  Muchas veces en los momentos de sosiego cuando se encontraba en la soledad de una guardia o en la fría y temible trinchera daba gracias porque sus pequeños estuvieran bien. Sus padres se lo agradecieron, el ejército también pero como hombre había sido marcado por la sangre del enemigo, solo por la supervivencia de esos inocentes valía dar la vida en la batalla. Si no hubiera sido por él y muchos como él otros niños hubieran muerto, e incluso peor, nunca hubiera nacido. Era novio de la muerte, del honor y de la vida. Hoy todavía se cuadra al sonido de la bandera y enseña a quién le quiere oír las historias del pasado que no se deben olvidar. Con su voz de ceniza sonríe a los pequeños, les enseña las marcas que dejaron en su cuerpo y en su corazón la maldita guerra.
La moraleja de todas las guerras es que siempre hay alguien peor que los soldados: "Los soldados políticos."