jueves, 27 de febrero de 2014

Ninguna vida vale una muerte.

Allí no había nada solo desolación y muerte. La lluvia caía de lado, el día era oscuro y frío. Los cadáveres estaban por doquier, los cuerpos hinchados desprendían un olor pestilente. La noche había confirmado que el amanecer iba a ser terrorífico. Ayer habían sido sonrisas y juegos. Respiré y mire para otro lado. La típica actitud del cobarde. La siniestra esperanza que me quedaba era que estaba vivo. Los que podían gritar pedían agua. La ayuda tardaría días en llegar. Nos habían pillado por sorpresa, estábamos dormidos. La lucha por la libertad era nuestra máxima. Nos mataron sin compasión, en aquel momento no parecíamos hermanos. El odio nos había dominado. La cabeza me dolía, una bala de rebote me había rozado el cráneo y me desmaye. Tuve mucha suerte. Me desperté por la noche entre mareos. Me di cuenta que había nacido solo y había estado a punto de morir solo. La soledad es innata a nosotros, siempre estamos solos. La posibilidad de amar esta negada a los animales solitarios y que odian sin pensar. No entendí ese sufrimiento inútil. Las caras de dolor dolían en el corazón. Ver la muerte de tan cerca era terrorífico. Estuve sonámbulo sin saber que hacer. Lloraba a ratos, sonreía otros, negué con la cabeza muchos más. Pensé numerosas veces el porque. No pude contestarme. Cogí unas botas de un hombre viejo, la talla era grande pero no pensé más, había perdido mis zapatos. Cogí varias cantimploras con la que hice una y me dispuse a dejar atrás el sufrimiento.
Ninguna vida vale una muerte.

jueves, 20 de febrero de 2014

Papá


El era viejo y moriría pronto. Su pelo y bigote eran canos, su nariz grande y aguileña le confería el aspecto de un águila, los pómulos eran huesudos por el paso firme de la muerte. Había vivido toda su vida en las hermosas colinas, le encantaba oler la hierba húmeda por el rocío.
El sol daba de panza en aquella tarde de enero, sus ojos vidriosos contemplaban el magnífico milagro del día y de la noche. Tocaba el bastón de madera de nogal, lo había realizado en una tarde de aburrimiento, con sólo el acompañamiento de unos ruidosos grillos. Esperaba el final con alegre resignación, había puesto sus papeles hacia mucho tiempo en regla. La mitad de su finca se la había dado a su nieta Pepa, la otra mitad a su fiel nana, le había acompañado cuarenta y cinco años de su vida, nunca una palabra más alta que otra, siempre con una sonrisa en la cara. Por último el dinero que le quedara seria para Gumersindo, el pastor que le había salvado la vida, una mañana de domingo cuando era tiempo de piñas resbaló rompiéndose el esternón y la pierna, lo encontró echo trizas y aun con sentido hablando en susurros.
Su hijo mayor estaba receloso de que una trampa del destino les dejara sin nada, conocía a su padre, su personalidad era muy marcada y muchas veces le había advertido de que no le dejaría nada. Todo ocurrió una noche, después de una apetitosa cena de perdiz escabechada, le soltó vomitando palabras que no recibirían nada de su herencia. Al principio fue una estrategia con la cual quería saber si todas sus alabanzas eran sentidas, pero jugo un órdago y le estalló en la cara. Las llamadas y visitas se fueron espaciando en el tiempo. Solo su pequeña Pepa sacaba minutos para él. Hablaban de los amores que tenía, ese chico me gusta, es el amor de mi vida, en esa maravillosa edad en que cada experiencia es vivida como una vida.
Cuando se quedaba solo pasaba el tiempo jugando al ajedrez con su Kaspárov chess, una copa de buen brandy y un cohíba tierno. La soledad forzada era la peor tortura, recordaba cuando era valiente, atlético y no tenia miedo a nada. Sus ojos eran vivos, su pelo peinado a raya era negro, su pecho era fuerte y marcado. Sus manos eran bellas como perfiladas en el mármol por un escultor. En aquella época nunca se sintió solo. 
Aquella noche le llamaron en la madrugada, su padre había muerto. No lloró porque sabía que su final estaba cerca. Hacia tiempo que no había ido a verlo, su divorcio y su relación con su secretaria no le dejaba tiempo para mucho más. La viagra le dejaba exhausto, sus amigos entre risas le dijeron que no abusara porque tendría un ataque al corazón, pero él no les hizo caso, era maravilloso sentir otra vez la plenitud de los veinte. Había estado ordenando unos papeles por eso no le pillaron durmiendo. Llamó a su hija y exmujer para dirigirse rápidamente al tanatorio. En la sala no había mucha gente, su padre era buena persona pero no era excesivamente querido. Era inflexible cuando se tocaban sus convicciones morales. Recordó aquella noche, el vino había corrido por doquier, su padre estaba borracho como una cuba, sin venir a cuento se puso agresivo y les dijo que no les dejaría nada. Uno de sus defectos eran ataques de ira resueltos en minutos sin enfados. El quería a su padre pero su corazón había muerto con su madre. Fue su tragedia más grande, los sacó adelante como pudo, los educó y vistió. Siempre estuvo en todos sus momentos, nunca se casó con ninguna mujer, no quería una madre distinta para sus hijos. Viendo a la muerte de cuerpo presente su corazón empezó a estrangularse, era demasiado orgulloso para haberse dado cuenta. Su padre estaba allí, no pudo aguantar, empezó a llorar, aunque sabía que estaba muy enfermo ahora sufría por no haber tenido tiempo de abrazarlo, quererlo, ayudarlo. En ese momento comprendió que ese pobre viejo no le había enseñado a expresar lo que sentía su corazón. Se había ido, ahora para siempre, quedaría marcado hasta el día de su propia muerte por el sufrimiento de no expresar.