miércoles, 21 de noviembre de 2018

Amor en desuso.





Las endorfinas nublaron mi cabeza por muchos años, tu cuerpo se contorsionaba como una serpiente, tus besos eran húmedos como los del río Paraná, tus ojos dos gemas semi puras de peridoto que con una simple mirada me hacían temblar, hace muchos años ya, pero hoy, con más kilos, con más años y con más arrugas en los ojos, todavía hoy, me resultaba igual de evocador. El cerebro se hacia cada vez mas duro, menos plástico, lo que antes no era un trabajo y era un autentico placer, ahora era la más ardua de las tareas sobre todo por la singularidad de lo que quiero escribir. Antes sin guion el plumín rasgaba el papel, sin querer decir nada las musas se ponían hacer su trabajo. Cuando escribía se hilaban las ideas hasta hacer una historia mayor, ya lo dijo el poeta, el corazón herido tiene la facilidad de expresar los infiernos por donde pasa. Mi felicidad dejaba ausente de magia la escritura, por eso ya no imploré el favor a la diosa afrodita como lo hice tantas veces. Otras sin embargo releía mis melodías más ardientes, entre ellas, sonetos incombustibles, de sal, aire y sobre todo fuego. Ese día no me abrazaste mientras dormía, te sentí tan lejos que pensaba que te ibas a ir, que ya no volvería a tenerte entre mis brazos, las palabras monstruosas, barbaries que nos decíamos cada vez que el aire venía y se iba como venía el viento. Cada vez que escribía una carta de amor solo escribía sobre el tiempo, el tiempo que malgasté en decir, en hacer, en soltar, en pensar en el tiempo. Puse el grito en el uso y no en el desuso, ya ninguno de los dos decía palabras de amor, ya no se decía, ni se hacía, ni abrazos de brazos, ni besos de labios, donde el amor con el tiempo pone a las parejas en la verdad, un intrincado laberinto donde irremediablemente nos dirigimos al ostracismo más vil, donde solo unos pocos triunfan, donde muchos no vencen, donde la gloria no esta ni se la espera, donde nadie ve y todos sienten.



Mientras te esperaba el mundo se paraba, muchos minutos, horas, incluso días pasé en este espacio, con la única compañía universal del lápiz y el papel. Leiva cantaba que las luces estaban apagadas y las puertas abiertas, aquella canción la interrumpió una llamada. La llamada que esperaba me hizo destrozar el teléfono contra el suelo, no se si por la excitación, por la ira o por la indignación. Me quedé en blanco, sin palabras, la mandíbula se me quedó blanda, mi expresión me hacia parecer un lelo, no reconocí al monstruo que vi por el espejo retrovisor, me quedé asustado, estaba blanco, absolutamente desbordado por la compasión que salió de mi pecho, estaba deshumanizado.


No tenía nada, ni lo quería, solo quería estar a tu lado. El tiempo parecía estable cuando lo único que nos importaba era besarnos, realmente no había tiempos. Cuando el pasado se hacia presente y el presente se hacia futuro, sin querer ese tiempo pasó fugaz. Los diez años pasaron con agradable furor, ningún recuerdo enturbió el tiempo. Cada recuerdo era una cachoeira de sensaciones, lo que parecía lujuria se convirtió en amor, y el amor que parecía lujuria se convirtió en más amor. Una trasformación de sentimientos que realmente se mezclaban con admiración, cariño y sobre todo respeto. 


El tiempo se quedó parado, en esos relajantes momentos donde el tiempo se paraba, mirar las estrellas no era una pérdida de tiempo, escribir versos de amor era la vertiginosa carrera donde las historias enmarañadas de sentimientos no querían expresar nada. Otras veces lloraba ,no demasiado, las lágrimas estaban secas al salir de mis ojos. Los recuerdos son tan dolorosos y vividos que parecían reales. ¡Aquella maldita llamada! El dolor me hizo replantearme todas mis prioridades, viene hacia ti como un sordo estruendo, lo revives en las entrañas todos los días, el verdadero infierno esta aquí en la tierra. Y el resultado último es lo que entendemos por hacernos mas humanos, la herida se muestra días o en un lustro, pero el dolor se apaga hasta que lo sientes.


Cuantas lágrimas dejaron los dioses al amor mal correspondido, el galáctico conquistador de amor que con dolor, sudor y lágrimas escribió páginas enteras de locuras. A los poetas antiguos en contadas ocasiones les escuché recitar odas a sus amores maduros, ese añejo, al que los años deslucieron sus cuerpos, y algunas veces los impulsos primarios son ahora revestidos de recuerdos. Donde las pasiones físicas maduraron como el coñac, dotándolas con más cuerpo, con más matices, con un color totalmente nuevo. Las transformaciones individuales eran la gran tragedia del amor, si los dos no crecían en matices podrían desintegrarse por el camino. Pero si resurgía la magia las miradas de dos viejos enamorados todavía conseguía embelesar su cuerpo más que cualquier palabra de amor. Una caricia ponía todo mi cuerpo a flor de piel, nuestros cuerpos se conocían y el amor que venía a todas horas se apaciguaba. 
-Te quiero. Me dijiste. Te mire con ojos llorosos, 
-¡Yo no te quiero!-¡Yo te amo!. Y enjuagaste mis lágrimas con una sonrisa enorme, añadí: 
-Toda la vida es una mentira pero la más bonita es el amor. 
Nada parecía real, la música sonaba de lejos, el reloj marcaba las siete menos diez, una voz estaba todo el rato gritando que la caja estaba rota, que toda la tarde haciendo cosas, que mi tiempo vale dinero.


Las pequeñas gotas de llovizna caían como pequeños petardos en el cristal, el sonido se eclosiona con la aterciopelada y silenciosa soledad del parking. Ahora pasa con su calva mojada el guardia de seguridad que me mira con cara de pocos amigos, despegué la cabeza de mi ordenador, ahora está a más de cien metros, le veo de espaldas, con su chaqueta reflectante amarilla, mirando constantemente de soslayo, me parece hiriente por la sensación de ilegalidad del acusado y el acosador, al tiempo te acostumbras, son muchos kilómetros de espera. Me hubiera parecido vergonzoso en otro momento,, pero ya, eso no me importaba, al final el contesto te da la razón. Se seco la lluvia del suelo y los pájaros volvieron a contorsionarse por las macetas gigantes donde estaban plantados los árboles. Te amo, dije con labios vacíos, ya no sonaba tantas veces como en el pasado, pero cuando se escuchaba seguía siendo hermoso, el amor es un constante evolucionar, un silencioso combate de sonrisas, besos y caricias. Nadie necesitaba nada, eramos autosuficientes enemigos, amantes asexuales que nos fornicábamos con miradas y series de Netflix. Nada era como antes y tampoco lo necesitábamos. El complemento perfecto de una mentalidad creativa, donde la única verdad se cruza con la dolorida cotidianidad. Dolorosa y maravillosa cotidianidad. Que había más maravilloso que antes de cruzar la puerta de la casa te ponías tu pijama salpicado de rojo, tus bonitas crocs rosas. Las gafas se empañaban cuando el agua caliente se trasformaba en vaho, los pañales se trasformaban en basura y la vida golpeaba siempre con la dolorosa y maravillosa cotidianidad.

Este tiempo fue maravilloso, las llamadas de furia quedaron atrás, los dolorosos momentos que recubrían mi pasado se habían soltado como viejas capas. Grité al viento, me quede mudo, tantas veces realicé las llamadas necesarias, es maravilloso que los mejores años de mi vida se escriben día a día a tu lado. Cuando veía el tiempo y veía formada el comienzo de mi familia, daba gracias por iniciar esta gran aventura, ningún vaivén me planteo cambiar mi estrategia, dejé atrás el egoísmo, sentí por un ser más que por mi propia vida, todos los tópicos antes escuchados se hicieron realidad, me di cuenta que el más trasgresor de tus movimientos está seguramente escrito en la sabiduría popular.


Después de todo esto me preguntaste: 
-Amor, ¿que es el amor? -Yo sin pensar te dije:
-Dar todo sin esperar nada a cambio.




Entre el amor y la violencia, siempre acaba triunfando el amor. Abraham Lincoln.