domingo, 12 de junio de 2016

Saudade.




Por las mañanas cuando despertaba se quedaba viendo las olas, el hipnótico azul, la brisa marina, el color anaranjado de las nubes desvelaba el amanecer, tenía la capacidad de distinguir el olor de la salitre, conectaba mágicamente con todas las partículas de su cuerpo.

 
Llevaba sus hawaianas puestas y un pantalón vaquero desgastado, fumaba pausadamente un puro, en las horas nocturnas parecía un faro. Se arrimaba al agua cuando se sentía triste, se abarloaba con su vieja barca en la marisma y así volvía rápidamente a su estado natural, la alegría. La salitre rápidamente se pegaba, sus labios agrietados sentian un alivio instantáneo, rotos por el viento que los rozaba. Siempre le había sorprendido la mágica relación del céfiro con la piel. 


Los momentos cuya melodía nocturna le acunaban, dormía pronto, pero cuando la mar estaba en pausa, toda la noche podía estar despierto añorando su tranquilizador estruendo. Anhelaba con tanta fuerza la mar, que desde que sus ojos no la veian sentía saudade, sobre todo cuando descansaba su cuerpo en la roca salada. Siempre le había gustado esa palabra, antes incluso de saber su significado, la mágica espiritualidad de los símbolos escritos lo abrumaba prácticamente hasta la locura.


Todavía recordaba esa noche, su cara era todavia joven y no llena de vertiginosas arrugas. Una bella mujer, unos ojos negros grandes como los de un gato, pelo ensortijado hasta la cintura, su cuerpo tostado contoneaba una cintura estrecha con unas piernas inmensamente largas. Había pasado semanas lanzándole miradas suntuosas, durante dos días busco sus ojos por todos los sitios pero se habían ocultado, estaba desaparecida. En la salida de una puerta almidonadamente adornada cogio furtivamente su mano, su boca rozó su oído, entonces escucho con tonalidad musical esa palabra, todavía recordaba la horda de sensaciones sin disciplina que recorrían su cuerpo inexperto. Las noches en que bebía recordaba, y cuando recordaba solo sentía que el que no tiene nada solo sostiene su presente con los hermosos tiempos del pasado.


Inhalo con fuerza, sus pulmones se llenaron de oxígeno, se sumergió en su elemento, bajo rápidamente a dos metros de profundidad para coger caracolas. Los movimientos armoniosos le conferían un aspecto de delfín. Si no sentía la mar sentía saudade.