sábado, 21 de diciembre de 2013

Mi carta a los reyes magos.

Queridos reyes magos hoy no quiero pedir para mi, aunque me haría mucha ilusión que me trajeran lo que se les olvido cuando tenía diez años, aquella mañana me levante a las seis con ansiedad e ilusión, eso solo se siento cuando eres pequeño, no has tenido tiempo de que te hieran, de sufrir, solo expresas lo que sientes. Que cara se me quedó cuando me di cuenta de que me habían traído carbón, es verdad que las notas no habían sido buenas y que conteste varias veces a mi madre pero quería tan fuertemente ese scaletrix que todavía hoy sueño con que me lo traigan. Esta carta que os escribo queridas majestades Melchor, Gaspar y Baltasar no es para mi. Quería pedirles por toda la gente que no es feliz, a los que perdieron el sentido de la vida, su trabajo, a los que odian al mundo, a los quieren hacer daño por simple gusto, al que se sienta solo, engañado, dolido con el universo y sin rumbo. Solo pido que encuentren la luz y la alegría en su vida.
Muchas veces mi abuela me contó que en la guerra había un hombre, él no había echo nada, estaba en el sitio menos indicado y a la hora menos oportuna. Lo llevaron a una torre oscura, en la parte alta había una pequeña ventana. Estuvo años cagando en un cubo y meando en el suelo, dormía entre orines, comia pan negro, cáscaras de plátanos, comida para cerdos y un vaso de agua al día. Años después de aquel sufrimiento inhumano, la guerra termino y milagrosamente había sobrevivido, todos los que habían vivido tal calvario habían muerto. Al salir tenia una barba abultada su pelo negro se había tornado canoso, estaba extremadamente delgado pero lo que más sorprendía era su gran sonrisa.
Los militares que le rescataron no pudieron más preguntarle:
¿porque estás tan alegre?
No pudo más que decir que les esperaba. El silencio se hizo profundo en el joven sargento viendo su cuerpo no pregunto nada más y asintió con la cabeza.
Por la ventana, por ese pequeño hueco, un día después de muchas lagrimas de culparse mil veces de haber ido al barrio rojo a comprar a la mercería de "la toñi". Un pequeño jilguero empezó a emitir un ligero gorjeo, su mente estaba embotada por no comer bien y pensó en un principio que era un espejismo. Las horas fueron pasando lentamente se centró en ese sonido angelical. Con la paciencia que da la espera le fue poniendo pan hasta que un día como un milagro bajo, fue su amigo, su compañero y su confidente. Se lo colocaba en la parte derecha de su hombro y le recitaba poemas que había aprendido de chico, como aquella copla del pajarito.
El cántaro va a la fuente
y hay un lindo pajarillo
que se moja las alas
y parece insensible
su color es el amarillo
cómo el de las abejuelas.
Le relataba historias que inventaba, soñaba con las mujeres que había amado y con las que amaría. Cuando amanecía se quedaba mirando la luz, cuando llovía sentía ligeras gotas de lluvia en su cuerpo, eran como pinchazos de testosterona.
¿como aguantaste tanto tiempo cuerdo y con ganas de vivir? - le pregunte mi abuela.
- Aunque en un primer momento llore por mi desgracia, un día vi la luz. La luz me daba la vida, la música la esperanza, plumas era mi compañía y aunque la situación no era perfecta sabia que había solución y simplemente sonreia por estar vivo, por volver a tocar el bello de una mujer, besar a mi madre, coger en mi pecho a mi hijo.
Pasaron los años y todavía se le ve paseando por la sierra quedándose observando las hojas sopladas por el viento sin más ambición que sentir la libertad. Nunca sube si la historia era real pero sabía que las había peores, no tuve el valor de preguntar pero mi abuela con su relato me hizo comprender que todo es posible.
Por eso queridos reyes magos quiero que mandes este mensaje a los que están tristes. Cuando estén tristes diles que sonrian, porque el mundo lo mueve la esperanza y el conseguir no es ser.

Dedicado a toda la gente que quiero en especial a mí hija Isabella. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

Un minuto de silencio.

Ignoró el cartel durante la batalla, muchas veces se habían tirado las sartenes a la cabeza. Las peleas eran continuas, los silencios cada día más pronunciados, el sexo era inexistente. Durante el fragor de la batalla solo existía el odio, ese odio que hacia temblar los pilares de la casa. No recordaban porque discutían, ni porque empezaron, solo se centraron en lo que les distanciaba. Un día era por Luqui, otro por los besos no dados, otro por las ausencias, otro porque la fila no era la correcta. Estaban distantes, vivían lejos pero cerca, todos los días se encontraban segando o en la reconstrucción. Este día trágico estaban recogiendo palos para los cimientos de sus casas. Ella era una joven reina y él un ángel con alas. Era un día nublado de otoño los rayos del sol se dejaban escapar por las oscuras nubes, era una lucha tiránica. Olia a muerte, - ¡cuantas veces se lo advertí! - dijo su madre. La formación se había roto, todos corrían sin sentido, unos corrían otros saltaban. Lo que muchos no entendieron era de donde venían las bombas. Tumbados en el suelo ella lo vio, estaba mal herido, con sus patas se arrastró hacia donde el estaba, una fuerza superior le guiaba, tristemente se encerró en la arcilla rojiza por debajo de una suela de goma. No tuvieron la oportunidad de decirse cuanto se amaban porque estaban demasiado pendiente de los superfluo.