sábado, 26 de noviembre de 2016

Vida, solo pido vida.


La noche estaba empezando, la lluvia envolvía todo, como la oscuridad envuelve a la luna, adornando su universo para ser la pieza más sensible, la compañera más melancólica de las estrellas. Mi corazón estaba frío, había sentido demasiado. Aquella noche olía a sudor, un olor metálico-dulzón envolvía mi cuerpo, todo se adueñaba de mi, la jornada había sido dura, el corazón estaba activado, dolorido, destruido, casi muerto, simplemente me quede inmóvil viendo durante minutos la luz de mi despertador que reflejaba en el techo las horas que habían pasado en esa dura madrugada. Me sentía exhausto, era tan delicado como la flor que es recién cortada, era un ser frágil e indefenso. No era un luchador, ni tampoco un valiente, era de los que me ocultaba cuando había problemas, era de aquellos que corría cuando los otros no soportaban mirar hacia otro lado. Sí, había luchado, pero me sentía vencido, hundido, no sé si podría volver otra vez a pelear, el golpe era solo psicológicamente proporcional a lo mismo que tu corazón siente. Había entendido que a las normas naturales no se las podía vencer. El tiempo era para los adultos, yo quería ser igual que un niño que no ve más futuro que el que vive en ese momento. Las lecciones se aprenden a cualquier edad, las leyes universales que están escritas y que nos dan fuerza están muchas veces ocultas en los misterios de la naturaleza. Aquella noche no podía deslumbrar todo lo hermoso que tenía la vida, solo sentía dolor, un dolor especialmente amargo. Nadie sabe el dolor, nadie sabe las palabras que se quedaron en la oscuridad, ya no sabía nada, no entendía por qué luchaba, no sabía por qué debía hacerlo. Nadie nos enseñaba a tener una vida sin volver a tener contacto. Así sin palabras nos dejó extenuados la vida.
"No quiero pensar porque no quiero que el dolor del corazón se una al dolor del pensamiento." Emilio Castelar.
En recuerdo de mi Tia Joaquina.