domingo, 14 de febrero de 2021

Doce años sin descanso.


Distraídos sus ojos se fijaron en los de ella, su tiempo se paró, se quedaron abducidos, estaban pasando los momentos más hermosos de su vida. Inconscientemente, sin querer, el mundo eran ellos. Ella era delicada flor invernal, que temerosa aunque valiente florecía en el temporal. Él era un volcán inactivo latente, el magma había maltrecho su mundo por años, pero deseaba apaciguarse con Vulcano y que sus laderas engendraran vida. No lo sabían todavía, a lo mejor nunca lo sabrían. Los años habían pasado con alocada rapidez. El amor había resplandecido, había surgido con duda, con miedo, despacio, reposado con encendida y con alocada pasión. No entendían lo que les ocurría, todavía hoy no entendían por que se amaban con la misma pasión que hace doce años, no sabían que juntos son perfectos. Estimulado con mimo por cupido fue regalando flechas de amor, con el consciente manejo de los momentos y con inexistentes pausas se fueron enamorando, mientras se conocían exploraron con avidez sus cuerpos. Los primeros meses fueron un choque de trenes, una explosión de sensaciones, una locura llamada deseo, cientos de momentos, sueños, fracasos, anhelos, vivencias que se fueron convirtiendo en una vida. La llama incandescente que encendía sus antorchas no había parado de brillar, los años eran ninguno, ninguno de los años fueron muchos. Los dolores descritos habían sido esclarecedores, al abrir sus emociones se descubrieron, la vida les daba una oportunidad de reencontrarse. Corrieron temerosos a confesarse los más denostados secretos, sus  errores, vulnerabilidades, las más inconfesables verdades. Solo así llegaron al conocimiento de sus espíritus, así cumplieron los más bellos anhelos. Hacía siglos que no veía tal esplendor de belleza, se había difuminado con individualismo y egocentrismo despiadado. 

 
Omnipresente observaba, me admiraba de aquella quimera que fue descrita por Cibeles y que oculta entre miles de uniones me fue expuesta en esa extraña pareja. Así fueron capaces de entender, de volver a renacer, de comprender que vivían en un presente infinito y que ellos podían moldearse, cambiarse, querían ser más valientes, menos rencorosos, dejar su empírico egoísmo, simplemente querían ser mejores. Quizá nunca sabrían que eran almas gemelas, que habían sido separadas al crearse. Excepcionalmente los dioses daban su beneplácito para renacer otra vez en un solo ser. Esas dos almas inconscientemente se buscaban por la eternidad sin descanso, una inercia ancestral que las guiaba a su principio, crear uno solo, un súper ser, una unidad indestructible. Una figura mágica que ningún ser entendía, para comprender y bendecir lo inexplicable debías ver mucho mas allá de una excepcional complejidad.


Se les facilitó el camino de lo místico, descubrieron un mundo superlativo que estaba al alcance de los que siguen amando a pesar de todo. Su idoneidad era mágica, a pesar de los desencuentros que tenían. Me sobrecogía la fragilidad del alma del hombre y a su vez su fortaleza intrínseca. La inamovible visión que algunos de ellos tenían siempre me dejaba anonadada. En muchos la portentosa clarividencia de la realidad, en otros la necesidad de encajar les cargaba de una cobardía endémica. En una minoría la valentía de evaluar diferentes circunstancias primando su individualidad los hacía indomables. Estos seres únicos seguían con formidable perseverancia, cambiaban, se preguntaban hasta las cosas más nimias, su guía era el amor, la unión que tenían imponía que nunca debían rendirse. No sabían que su cariño proporcionaba una invencibilidad que uno solo no tenía, estaba impuesta por la voluntad de unos muchos, con el beneplácito de unos pocos, en su vocabulario la lealtad era su única palabra.


Eran una conjunción abstracta en un universo informe, una inevitable, decadente y absurda anomalía. Tenían el favor de los dioses, aunque eso nunca les preocupó, siempre admiré su total despreocupación, su falta de atención a la ignominia fue una de sus más importantes virtudes, ellos no pensaban solo sentían, sus sentimientos siempre eran viscerales, estaban cercanos a lo animal, no preguntaban solo actuaban. Sus miradas se encontraban de soslayo, fugaces, tránsfugas de un mundo que no les entendía, a su vez comprometidos con el mundo que ellos habían creado y que era necesario para cambiar pequeños pedazos a su alrededor. Siempre dejaban entrever una sonrisa, el mundo donde vivían era una construcción vital de optimismo. El universo realmente se apagaba cuando reían, discutían, gritaban, todo ocurría cuando estaban juntos. El mundo estrambótico que habían creado era su mayor acierto. No se dejaban coaccionar, simplemente eran polos opuestos, norte o sur, fuego o hielo, erráticos en su ser, pero aun así, se atraían como imanes. Estaban bendecidos por una embaucadora y bonita unión de sus almas. 



“Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección.”

Antoine de Saint-Exupéry