jueves, 25 de septiembre de 2014

Mirame. Mirame fijamente.




Hoy recostada a mi lado te sentía ausente. Me sentía extraño, extraño para ti, también para mi. Te veía a través del vidrio de mis gafas, con tu belleza impertérrita. Los rizos caían por tus hombros, tu pelo ensortijado hacía semicírculos concéntricos. Preparé el café de la mañana, el mio con leche fria, el tuyo un minuto en el microondas. La mañana estaba fría, llovía. Las nubes descargaban mucha agua, la visibilidad en el coche era prácticamente nula. La hora pasaba lenta, el pequeño motor rozaba la zona roja de las revoluciones, no decías nada, ya conocías mi manía, odiaba llegar impuntual. Tu mano rozó la mía cuando cogíamos la curva hacia la derecha. En ese momento como una realidad pasada, me percaté de ti. Perdona cariño, él que estaba ausente era yo. Redescubrí tus caricias, te miré fijamente. Volví otra vez a comprenderte, me reencontré con tu corazón. Absorto en los quehaceres diarios, en las intransigentes y aciagas mañanas. Donde estar separado de ti era ciertamente el mayor de los tormentos.


"Mirame fijamente"


"Mírame fijamente hasta cegarme
mírame con amor o con enojo
pero no dejes nunca de mirarme
porque quiero morir bajo tus ojos


cuando me mira subo a los cielos
porque tus ojos son dos Estrellas
que me iluminan cual dos luceros
el caminito de primavera


mirame fíjamente hasta cegarme
mírame con amor o con enojo
pero no dejes nunca de mirarme
porque quiero morir bajo tus ojos


esos ojazos me enloquecieron
de tal manera con su mirar
que ya no puedo vivir sin ellos
y eso me obliga siempre a cantar


mirame fíjamente hasta cegarme
mírame con amor o con enojo
pero no dejes nunca de mirarme
porque quiero morir bajo tus ojos"

Grandiosa canción de Alejo Duran.



Mi más sentido homenaje a dos personas que se amaron con el alma.



Solo un vallenato
siente el acordeón
como una pieza
fundamental de su alma.








domingo, 14 de septiembre de 2014

Serie: Fragmentos de una vida. El fracaso y caída es la única vía para superarse como ser humano I.

Seguro que sale bien dijo el hombre de negro con una bella sonrisa. El papel ponía esa dirección y esa hora. El fotógrafo no estaba allí. Estaba sucio y olía mal en la calle, no se veía nada, las farolas habían sido apedreadas, el cristal de la bombilla era inexistente, pero me propuse que eso no iba echarme para atrás. Cuarto de hora después un hombre mal vestido con gomina en el pelo salió a recibirme. No era la primera vez que lo hacía, ni tampoco sería la última. Siempre me gustó jugarme el tipo. Me dijo hola despectivamente, sus ojos se fijaron en las transparencias de mi blusa. Ayer en la mañana me había pasado un contacto la dirección. La seguridad me hacía tener una barrera psicológica que no me dejaba bajar la guardia. La habitación estaba oscura, una vieja bombilla dejaba la estancia en una casi total penumbra. Una rata gigante pasó rozando el grifo que había al lado de una pila antigua. Se paró en el mismo instante que me vio, meditó en la oscuridad si seguir o pararse. No le debí parecer peligrosa porque alegremente siguió su marcha y se metió por un agujero estrecho, pensé que no conseguiría pasar. El hombre estaba sentado observándome. Sus facciones eran asiáticas, sus ojos eran casi inexistentes, en las dos líneas perfiladas con pestañas se veía una estraña curiosidad. Me centré en lo necesario, distribuí el trabajo con voz de mando. Las cosas empezaron a fluir, siempre que me estresaba fumaba un cigarro tras otro. Empecé a fumar cuando tenía trece años, la estúpida adolescencia, llevaba más de veinte años con este inútil vicio. No le tenía odio, solo sentía una estúpida incomodidad, me habían robado un iphone hacia menos de un mes, curiosamente fue un chino.

Empezó a gritar como loco que lleva el diablo. Mezclaba varios idiomas. Solo llegué a comprender una cosa:
- ¿Que es lo que quieres de mí?
Lo único que quería es que me dejara trabajar y se callara. Pero siguió, en un movimiento estremecedor la cabeza tocó un clavo, el sonido hueco dejó paso a un silencio estrangulador. Estaba herido, con un agujero que sangraba y ya no respiraba. Me quité los tacones y salí corriendo. El fotógrafo me frenó en seco, una bofetada me llevó de un golpe a la realidad. Cogimos el cadáver y lo envolvimos en un par de bolsas negras . Lo metimos en su coche. La madrugada estaba empezando. Me costó encender el marlboro, me templaba la boca por la temperatura, inhalé una bocanada que consumió medio cigarro, la garganta me picaba, el humo pasaba como un rascador, los pulmones estaban a punto de estallarme. El frío hacía que los dedos se congelaran, se me quedaron pegados en la puerta de la vieja ford. Recogí el maletín, la máquina de pasaportes y pensativa me senté en el coche. Las tres y cinco marcaba el reloj, en menos de cuatro horas tenía que levantarme. Maldita mi suerte, siendo mileurista no llegaba a fin de mes, me había costado mucho sacar la máquina del trabajo. En momentos así me sentía peor que una rata. Conduciendo el coche me dejé llevar como una cucaracha en un contenedor de basura.





La frustración es una sensación indescriptible,  tu mundo se derrumba, pero a la mañana siguiente te tienes que levantar con ganas de cambiarlo. Gracias a la oportunidad de estar otra vez en la carrera de la vida.


lunes, 1 de septiembre de 2014

Tal día como hoy me puse a escribir.



Solo el sol me ciega la vista, hace mucho que tengo los ojos del alma bien abiertos, para sentir, amar y pensar. La mar desgasta y cambia los pensamientos dulcemente. Lo que ayer era una verdad ineludible, hoy es una gran mentira que no puedes sentir. El objeto más preciado que se puede tener son montañas de oro, pero no lo amarás como a tu propia sangre. Como un águila real vuelo sin horizonte, hasta posarme en una rama y pensar que el tiempo transcurrido es la respuesta a muchas preguntas. Escribir raíces de mi vida para asentar el árbol donde se posa el águila da sombra a mis hijos y sentir la respuesta en las letras escritas.


Frente a la máquina de escribir las teclas sonaban con un sonido hueco y un ligero eco. El margen izquierdo tenía una sangría a tres centímetros del papel. El folio dejaba ver al trasluz un galgo volando, con patas delgadas y una cabeza afilada. Un papel grueso de noventa y cinco gramos. Tomaba notas en las cuartillas azules, con mi vieja parker 51 que me había regalado mi mujer antes de cumplir los votos. Funcionando como el primer día, el émbolo seguía absorbiendo tinta con la fuerza de un succionador industrial. Siempre preferí la tinta negra de parker, era bastante mas oscura que la competencia.

Después del típico ritual religioso que realizaba para exponer mi pensamiento, el teclado de la máquina de escribir se quedaba quieto, parecía roto, las letras estaban paralizadas. Las musas de los poetas se quedaban a las puertas de mi habitación. Y muchas veces en el viejo sillón orejero con mis pantuflas, pijama y máquina de escribir entre las piernas salían palabras solas. Yo no quería denunciar nada, quería ser como los buenos vallenatos aquellos que cantaban con el acordeón rompiendo corazones y alzaban ánimos. Después de años me di cuenta que la verdadera inteligencia llega cuando tu humildad te demuestra la ignorancia, es el momento cuyo descubrimiento te lleva a la llamada paz interior. Los conocimientos sin base filosófica hacen gentes vacías, yo prefiero a los humanos. Esos que centran su amor en aquella flor desvalida que ha salido en medio de los cardos, reverenciando su belleza, admirando su frágil fuerza y como premisa suprema demostrando amor hasta por las hienas.

Inexplicable paradoja de los caminos del sabio que curiosamente llevan a la filosofía zen donde la mente mas intuitiva superaba a la intelectual en la mayoría de las ocasiones. La dolorosa transformación de sentir, amar y pensar eran las respuestas psicosomáticas a un cambio tan radical que otorga nuevas estructuras intelectuales al hombre. Y que te hacen ser mas humano. Y así, tal día como hoy empezé a escribir para dar sentido al código encriptado que tenía en mi corazón.


Dedicado a Sonia, Rubén y Mikel. Que el bien triunfe sobre el mal. Y que los hombres dejen