domingo, 11 de diciembre de 2022

El cuentacuentos.

La caza del bisonte. (George Catlin)


Todo en su ser era una concentración mística con la que esperaba que todo llegara a un movimiento cerrado que daba lugar a un círculo. Eso les generaba una energía positiva, enfocada en mejorar lo cambiante, sincronizar la perfección para llegar a lo que estaba impuesto por los espíritus. Ellos estaban siempre detrás de todo. El primer camino del alma al entrar en sus cuerpos era a través de la coronilla, cuando morían salían de la misma manera pero al sentido contrario, sus casas siempre estaban orientadas al este, entraban en el camino para seguir creciendo, esa dirección era sagrada. 

Antes de dormir el viejo desdentado contaba historias, esa era ahora su misión, muchas eran del poder de los espíritus, otras muchas de la caza de los animales, del respeto y sobre todo del delicado equilibrio que conllevaba sesgar la vida de otro ser. Muchos de los que escuchaban eran más jóvenes que algunos de sus nietos, era la manera más fácil de sentirse de la comunidad, un proceso endogámico que les hacia más fuertes, el individuo aislado era débil, solo su familia podía educarlo. La hoguera admitía a todos, él intentaba que todos los que pasaban por allí se sintieran guiados, que sus palabras enviaran el mensaje correcto. Su abuela se lo decía muchas veces: - Mecha corta. Del viejo el consejo.- Pensaba mucho sobre ello, sobre la fragilidad de la vida, del poder de persuasión que tendrían sus palabras, sobre el valor de desechar principios que se habían tatuado con la fuerza del amor. Su lucha interna le hacía plantearse diferentes dilemas no quería ser un simple cuenta historias. Se dio cuenta tiempo atrás que las arrugas en la cara no daban sabiduría. El viejo había sido joven, aunque ya ni lo recordaba, muchos decían que el comienzo de la sabiduría era la certeza de tener conciencia del pasado y tener la suficiente autocrítica para dejar la terquedad atrás. Había pensado mucho sobre eso, la meditación necesitaba observación y tiempo, paradójicamente se había dado cuenta que no tenía porque ser así, sobre todo lo que él había vislumbrado es que era necesario que se tuvieran experiencias e inteligencia para interpretar la vida. Al final todo llegaba con tristeza, las enseñanzas  normalmente vienen con dolor. Habían pasado cincuenta años y todavía recordaba con viveza como su primo en una cacería se fue antes de la llegada del alba. Se creía un hombre, su lanza y sus flechas estaban al lado de su cuerpo cuando lo encontraron estaba destrozado por el bisonte, él era el verdadero rey de la llanura. Días enteros se pasó llorando, recordándole. El viejo lo sabía, algún día harían sus círculos, la protección de los padres no podía ser eterna, los polluelos tenían que volar.
El cuentacuentos sabía empíricamente que cualquier cosa que dijera caería en saco roto, los jovenes solo podían ser enseñados con su propia experimentación, pero aunque eso fuera así él no cesaba en su intento de proporcionarles otro punto de vista. En las historias siempre hacía hincapié en la valentía, pero esa valentía en muchos casos según su experiencia no era suficiente para definir los peligros reales de la agresividad desmedida que se producía cuando se era joven. El viejo se quedo mirando a los arboles, venían vientos de cambio donde muchos compañeros desaparecían. Hoy no era el día para contar posibles historias de terror, solo había que centrarse en el presente. Pensó en contar su historia de amor, el viejo sonrió pensando en lo guapa que estaba su mujer. Esa instantánea se había grabado en su mente, recordó con una sonrisa aquella lluviosa noche, su mundo se volvió de colores, estaba hermosa. Sus coletas a los lados, los ojos de color de la hojarasca, sus dientes blancos y sus carnes prietas. Sin embargo por un momento también pensó en su partida y prefirió evitar ese pensamiento, no quería llorar, no quería que los más jóvenes vieran su fragilidad. Los sentimientos que su corazón albergaba todavía estaban llenos de espirituosa voluntad, de pasión incontrolable, pero como ya le había pasado a muchos ancianos antes que a él, su cuerpo era un despojo, cada segundo que pasaba algo moría. Se secó las lágrimas con la mano cuarteada por la sequedad de su piel, miro al horizonte, el sol estaba muriendo para renacer otra mañana.
Se sentó y empezó a cavilar, cual seria su próximo movimiento, el viejo seguía en silencio, pensaba en todas las cosas que estaban por venir. Su cuello lleno de arrugas no paraba de temblar, un antiguo tic le hacia parecer más frágil de lo que realmente era. Este era su momento, el momento de transgredir con la palabra la mente de su público.  Con una voz entrecortada el viejo empezó a relatar. 

-Una tarde mi cuñado y yo buscábamos rastros de Bisontes, en circunstancias normales en aquella época del año deberían estar pastando cerca de la montaña, llevábamos varios días siguiendo rastros, poniendo el oido en el suelo para escuchar a los cientos de miles de animales que buscaban comida, después de avistar a varios grupos, recorrimos varias leguas. Hacía algunos días que habíamos ayunado, los curanderos habían llamado a los espíritus, era el momento propicio para que lo hiciéramos. Eramos jóvenes y nos separamos del grupo, mi padre sonrió cuando le dijimos que nos íbamos solos, el sabía mi deseo, tenia que demostrar mi fuerza ante el dios de la llanura, el bisonte. Mis piernas eran delgadas y ágiles, solo nos faltaban las alas para parecer pájaros, de una patada al suelo volaba, el impulso de mi pierna era tan fuerte que me hacia saltar por encima de los árboles.- Se escucharon risas, el viejo había conseguido lo que quería, por las risas sabía que la historia cuajaba, la gente estaba atenta. Prosiguió poniendo una voz más baja a la par de interesante, la voz rozaba el susurro, era una táctica que había pulido con el tiempo. Continuo sin prisa como el viento barre la pradera en septiembre.

-Nuestra vida siempre esta marcada por el número cuatro, cuatro estaciones, cuatro puntos cardinales, nosotros los Navajos vinimos del este, por eso todas nuestras casas están ubicadas hacia ese lugar. Tenemos cuatro plantas sagradas, tenemos cuatro montañas sagradas, hay cuatro grados de la existencia de la niñez a la vejez. Cuando vimos los primeros bisontes, ese número se repitió, eran cuatro bisontes imponentes, grandes como pequeñas colinas, fue un augurio que me hizo sonreír, sabía que podríamos con ello.
En la silenciosa pradera escuchamos a otras personas, nos ocultamos, no por miedo, éramos verdaderos guerreros, sin embargo no éramos tontos la desigualdad en la batalla seria una muerte segura. Por sus vestimentas nos dimos cuenta de que eran Lipanes que estaban cazando, nos quedamos en la retaguardia en contra del aire para no ser vistos. Uno de ellos el que tenia la cara pintada, llevaba su arco totalmente tensado y las flechas en posición de disparar, en su espalda llevaba un  carcaj que iba desde su hombro derecho pasando por su costado izquierdo, tendría más de treinta flechas. En el ambiente se notaba la fuerza de los espíritus, la energía que sentía era sublime, todos su cuerpo estaba tenso, el cuerpo brillaba porque el sol le hacia sudar.  Su tez morena estaba pintada y  su cara no mostraba ningún sentimiento. Caminaba entre los arbustos y en la lejanía a unos cuantos cientos de metros vimos lo que él estaba viendo, un increíble venado, tenia más puntas de las que podía contar. El macho se movió, notaba algo raro en el ambiente, abrió tan fuerte el arco que mi corazón se puso a mil, pensé que se iba a romper. El arco se flexionó al máximo y la flecha salió con tal velocidad que atravesó el corazón de ese magnífico animal. Lo que vieron mis ojos me impresionó por largo tiempo, corrieron rápidamente y le realizaron algún tipo de ritual. Nos miramos, mi cuñado y yo nunca habíamos visto nada igual pero sabíamos y entendimos que daban las gracias a la madre tierra y al animal por dar su vida, que daría de comer a toda su familia. Lo  despellejaron rápido con una habilidad inusitada, sus manos eran ágiles, fuertes y seguras. Estábamos tan interesados en el animal que no nos dimos cuenta de que todas sus bocas estaban llenas de sangre del venado, sus labios estaban rojos y el líquido bajaba por el cuello. Muchos días se agolparon en nuestra mente esas imágenes y nos preguntamos más de mil veces porque hacían eso. Al tiempo mi padre me contó que era una costumbre arraigada en nuestra tribu, pero a mi abuelo se le había presentado en un sueño un gran bisonte dorado y brillante, el cual sin pronunciar palabra le hizo entender que dejara de hacerlo y que le empezarían a pasar cosas buenas a él y a su familia. Comiendo al venado recién cogido su fuerza mejoraba, con ellos cerraban el ciclo de ayuno con el cual habían empezado la caza, daban gracias a los espíritus. Ellos les habían dejado ser cazadores. Desde ese momento cuando veía a Lipanes les llamaba los hombres lobo, sus caras teñidas de rojo me recordaban al lobo cuando sacaba la cabeza de su presa. Nos quedamos allí mirando sin saber, se fueron sin hacer ruido, hablando y cantando en susurros, agradeciendo a los espíritus del bosque.-

El viejo se quedo callado, había hablado bastante, sentía su boca seca. Hacia tiempo que su única comida era pasta de maíz, sus encías no podían masticar nada, la carne había quedado para los jóvenes. Era la época del bisonte, aquellos niños pronto se harían hombres  y el círculo volvería a su punto de partida. Todavía tenia que decir más, querría expresar la soledad del guerrero, la adrenalina que se sentía cuando los animales corrían hacia uno, el miedo a ser arrollado. Tosió con fuerza, aclaro su garganta y siguió con su relato.


-Después de la experiencia que habíamos pasado mi cuñado recordó nuestra misión, de la aducción volví a la alteración de la caza, seguimos el sendero natural de la colina y allí estaban. Tensamos el arco y un gran bisonte callo al suelo cuando la flecha se hincó en su corazón. Quitamos sus pieles y las preparamos para que se conservaran.  Se hizo la noche y fuimos en busca de mi padre y de toda nuestra gente.- El viejo se arrascó la cabeza pensativo y continuó con su relato.

-Mientras tanto en nuestro campamento las estrellas se estaban poniendo, en poco tiempo el cielo ya estaría cubierto, el atardecer se habría paso hacia la noche sin luna. Una gran hoguera estaba fuera a la derecha del “hogan” donde vivía el jefe de la tribu con su mujer. Eran unos cincuenta hombres, la mayoría familias que se habían unido cuando varios grupos habían sido desechos, eran nómadas, vivían de aquí para allá. La caza representaba la mayor fuente de su alimento. El fuego se estaba asfixiando, la madera estaba casi agotada y el humo se tornó más negro. El jefe miraba las estrellas, pensaba en la captura de un gran bisonte, con el que poder alimentarse, vestirse, hacer cuerdas y de más utensilios. Se dijo entre dientes: —¡Lo necesitamos! Sin él las noches serán duras en invierno. Mi tío abuelo nos estaba esperando, su hermano había partido hacía algunas lunas, ese año los espíritus no estaban con ellos, estaban a punto de marcharse todos los bisontes.  La idea le traumatizaba, sabía lo que era no tener caza, sabia lo que era penar, una estrella fugaz iluminó por un instante el camino por donde los animales caminaban, escuchó gritos. El viejo jefe sonrió, sabia que su suerte iba a cambiar.  Toda la noche tuvo un duerme vela intranquilo, era consciente de un cambio. Recordó como su suegro había tenido ese mismo presagio, cuando vino aquel indio que se enamoró perdidamente de su hija, la tranquilidad con la que le planteo el problema. Como sacó la pipa y fumaron por horas con solo el humo y el contacto de sus ojos por compañía. Sabia que era el elegido para su hija, certezas que solo en el momento de ser sucedidas sabes. Esa noche su suegro adoptó a un nuevo hijo. Se despertó en la penumbra de la noche, solo un vivo color rojo daba luz afuera, aguzó el oido y el ruido de los centinelas lo alarmó, el ímpetu que dan los nervios lo puso en tensión, entre las sombras vio al cuñado de su sobrino. Estaba magullado y engrandecido, confiado en su misión. Antes de que hablara el jefe mi cuñado le dijo con gran respeto.- Jefe, me manda Hastiin, mi cuñado. Ha conseguido el mayor macho de bisonte que jamas se haya visto. Es el momento de ir corriendo para coger la carne y las pieles.- Mi tío no contestó, se tomó su tiempo y fumó una pipa de tabaco. Cuando compartió su pipa con él. Le dijo: -Por supuesto llevaremos a los más grandes rastreadores y mañana por la mañana estarán aquí con todo el bisonte. El recibimiento fue triunfal, las hogueras se encendieron, las bocas se empezaron hacer agua. Toda la tribu tenia una sonrisa. Las mujeres se preparaban para hacer "pemmican", mi madre tenia la receta más apreciada por todos sus vecinos. Todos cortábamos la carne en tiras, mi mamá lo aliñaba con bayas, cacahuetes y grasa normalmente de la joroba del bisonte y se conservaba en la piel del propio animal, ahora que no tengo dientes la valoro mucho más.- El viejo rio con ganas de su propia gracia, se seco las lágrimas de los ojos y continuo alzando sus palabras.
-El gran jefe deseaba con todo su corazón algo de hígado crudo, su parte favorita. El chamán les miró con cara divertida, sabia que los espíritus otro año más estaban con ellos. El silencio se extendió por todo el valle, hasta los pájaros por respeto se callaron, el chamán gritó con una voz fuerte y grave, su sonido retumbó por toda la aldea: "Agradecemos a las plantas y animales que han dado su ser para que podamos disfrutar de esta comida juntos. Agradezcamos a la familia y los amigos que han venido a compartir".
El viejo se levantó, la gente se había quedado sin palabras, muchos de ellos todavía no habían visto a un bisonte. Pensó por unos instantes como podría proseguir y entonces dijo:
-Al final todo en nuestro ser es una concentración mística, sabemos que la llegada de un movimiento lleva a un sitio cerrado, que da lugar a un círculo, se genera una energía positiva enfocada en mejorar lo cambiante, sincronizando la perfección para llegar a lo que está impuesto por los espíritus que siempre están detrás de todo. Nuestro alma al entrar en nuestro cuerpo entra en él por nuestra coronilla y cuando morimos sale de la misma manera pero al sentido contrario. Por eso nunca entramos a nuestras casas al contrario, entramos en el camino para seguir creciendo.  Crecer era todo, en lo espiritual, militar y emocional. Todo era crecer.- El viejo quedó callado, estaba extenuado, había dicho el último párrafo sin respirar y se sentía sin fuelle pero feliz.