jueves, 27 de febrero de 2014

Ninguna vida vale una muerte.

Allí no había nada solo desolación y muerte. La lluvia caía de lado, el día era oscuro y frío. Los cadáveres estaban por doquier, los cuerpos hinchados desprendían un olor pestilente. La noche había confirmado que el amanecer iba a ser terrorífico. Ayer habían sido sonrisas y juegos. Respiré y mire para otro lado. La típica actitud del cobarde. La siniestra esperanza que me quedaba era que estaba vivo. Los que podían gritar pedían agua. La ayuda tardaría días en llegar. Nos habían pillado por sorpresa, estábamos dormidos. La lucha por la libertad era nuestra máxima. Nos mataron sin compasión, en aquel momento no parecíamos hermanos. El odio nos había dominado. La cabeza me dolía, una bala de rebote me había rozado el cráneo y me desmaye. Tuve mucha suerte. Me desperté por la noche entre mareos. Me di cuenta que había nacido solo y había estado a punto de morir solo. La soledad es innata a nosotros, siempre estamos solos. La posibilidad de amar esta negada a los animales solitarios y que odian sin pensar. No entendí ese sufrimiento inútil. Las caras de dolor dolían en el corazón. Ver la muerte de tan cerca era terrorífico. Estuve sonámbulo sin saber que hacer. Lloraba a ratos, sonreía otros, negué con la cabeza muchos más. Pensé numerosas veces el porque. No pude contestarme. Cogí unas botas de un hombre viejo, la talla era grande pero no pensé más, había perdido mis zapatos. Cogí varias cantimploras con la que hice una y me dispuse a dejar atrás el sufrimiento.
Ninguna vida vale una muerte.

No hay comentarios: