martes, 24 de mayo de 2016

El vigía.






La ventana oscura no dejaba ver el amanecer. La chaqueta estaba ajustada, desgastada prematuramente por los codos. El pantalon oscuro tenía el tiro largo. Me quedaba suelta la camisa, era dos tallas más grande. La defensa en su sitio.


Un cristal roto, vandalismo salvaje otra noche, dimos parte. Mi compañero tarareaba algo, parecía contento, por lo que pude intuir su hijo había sacado mejores notas de lo que pensaba. Bajamos del vagón, un grito, corrí, un sollozó, un abrazo, un retorno, las sirenas llegaron, todo acabo. La estación estaba vacía, la paz había vuelto, él volvía a  tararear.

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