lunes, 8 de mayo de 2023

El bosque.




Caminaba por un bosque, la luz que perseguía por momentos se quedaba parada hasta que estaba a punto de cogerla. Llegar hasta ella era su objetivo, pero cuando sus manos estaban a punto de tocarla su velocidad se incrementaba y se difuminaba en la distancia. Su pelo moreno estaba cubierto de sudor. De su aliento se desprendía un vaho caliente que  se transformaba al contacto con el aire en hielo. El bosque por el que corría estaba oscuro, lleno de bestias peligrosas. Los quejidos de los osos resonaban en una cueva cercana, era su época de apareamiento, estaban especialmente agresivos por la aparición de otros machos. Seguía corriendo, la antorcha que llevaba le impedía ver a los lados, de pronto escuchó un tremendo chasquido a su lado, notó unas garras penetrantes en sus costillas.

Se despertó entre gritos, se tocó el pecho, en la mitad de su tórax notó las toscas cicatrices que tenía. Su espíritu se había salvado por poco, la vida de su corazón había resurgido, pero los dioses siempre mostraban sorpresas que podrían no ser agradables. En la oscuridad de su habitación sus ojos estaban ansiosos, tardaba un tiempo en volver, todavía pensaba que era posible que otra vez fuera asaltada en el bosque. Toco el pecho desnudo de su marido. Su cuerpo se relajó y descartó levantarse, su sola presencia le hacia mantener la serenidad. Todavía le hacia sonreír recordar el día que lo había conocido. Ella era una chica nueva en un nuevo mundo, le pusieron a su lado. En aquel momento solo vio una sonrisa bonita con un hoyuelo al lado derecho. Su segunda reacción al verle fue un calor en su interior.  Esa misma semana le dijo que si quedaban a tomar el té en una destartalada tetería, en una bella plazuela. Su primer beso fue esa misma noche, no sabía si la teína le había predispuesto, pero su corazón pedía más y su cabeza le decía mantener la calma. En su primera discusión su corazón quedo herido, nunca pensó que podía sentir toda esa desazón de golpe, tanto dolor, tanta contrición y tanto amor a la vez. Podría ser, se estaba enamorando, solo hacia dos semanas que se estaban conociendo. Habían sido sentimientos prohibidos para ella, no por que su corazón no estuviera abierto para el amor sino porque nunca había sido todavía bendecida con ese don en su máxima expresión. 

Muchas veces sentía miedo, sobre todo cuando sus monstruos nocturnos la acechaban, había luchado y muchas otras veces había perdido. Sin querer cuando la noche era silenciosa, se ponía en tensión, los malvados nervios no la dejaban dormir. Inconsciente ponía la mano encima de él y se fijaba en su respiración, ella tenia las sensaciones de que su corazón no podría separarse nunca de él. Ellos eran medias almas que bagaban por el mundo con la necesidad imperiosa de juntarse, desde el primer día que se vieron sus corazones se estrangularon en un éxtasis que muy pocos de sus iguales habían sentido. El era guapo, intrépido e inteligente, pero tenia rasgos oscuros, un fuerte carácter difícil de moldear. Su alma fue esculpida en piedra pero en vez de que el escultor tuviera un cincel fino había sido cincelado a martillo, con una rudeza que había socavado partes de la piedra. Su lucha con la piedra era una ardua lucha con sus monstruos interiores. Ella sabia lo que le hacia falta, cuando el sacaba su frustración ella le besaba los ojos, le daba cientos de besos por todo su cuerpo. Él se calmaba, se sentía querido, se apaciguaba, así ella fue moldeando con suma paciencia la piedra que tenía a su alrededor y la fue transformando con amor y cariño en una escultura de Miguel Ángel.

Otra vez estaba en el bosque, alguien gritaba, su sonido era profundo, salía de lo más lejano de su garganta, corrió hacia la voz. No podía ser, pensó, el sonido era... pero no podía ser. Era su amor, la necesitaba pero no llegaba donde él estaba, estaba torpe, sus pies se intercalaban, se sentía abrumada, no era capaz de avanzar, torpedeaba sus propios pensamientos, sus sensaciones eran ambiguas. Sabía que si no iba él moriría, pero era consciente de que si ella se aproximaba también moriría. La inactividad no era solución, la madre tierra les había bendecido, se arriesgaría, mejor morir de amor que morir de soledad. El agua estaba roja, había muchísima sangre, se arrastró hacia allí y vio que estaba debajo, lo sacó como pudo y lo llevo a la orilla. No respiraba, le hizo el boca a boca, al solo contacto de su boca él despertó y se besaron con pasión, con la ansiedad que tienen los amantes. Le habían concedido el don, no existía sentimiento más fuerte que la consciencia de un inminente final. Esos gestos nunca quedaron sin recompensa en la historia de la humanidad, siempre se bendijo el amor como muestra suprema de superioridad moral.

Ella era Ayla y él era Jondalar.

“No hay cosa más fuerte que el verdadero amor.” Séneca.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que afortunada es Ayla de encontrar a Jondalar🥰😘😘😘