jueves, 3 de diciembre de 2020

Micro relatos a Madrid.



Primavera.


¿Qué tenéis en la boca? Todo es absurdo, os intento oler aunque a la distancia es difícil. En el raro momento en que me acarician la cabeza, un trapo no me deja ver sus caras. Paseo por el retiro, los árboles son lapiceros con flecos, todos están llenos de vida. Alguna ardilla corretea y se deja ver asustadiza, los gorriones envalentonados por unos gusanitos pelean entre ellos. Con la cola doy latigazos a los que tengo al lado. No los reconozco a primera vista, me siento insegura, no se si me sonríen o me temen. Ladro sin parar,  tengo miedo de todos esos zombis, antes la vida era mucho más fácil, todo el mundo tenía la cara descubierta. Podía ver las sonrisas cuando me miraban, cuando lamía sus manos con verdadera locura, eso ahora ya no se puede hacer, mi compañero me lo tiene prohibido, me dice: --¡No, ahora no se puede! Estoy cansada, no puedo hacer pis tranquila al lado de un árbol. No me dejan jugar con otros perros. Han sido dos meses en que los paseos se redujeron al mínimo, recordé con nostalgia los escaños de Alcalá, nos parábamos sin prisa con esa tranquilidad del que nada espera. Yo con la correa de cuero al cuello, de vez en cuando él recitaba entre dientes poemas de Madrid, ahora tristes, otras muchas veces más; alegres. Los gatos eran posibles portadores, por esa simple regla de tres también nos hicieron responsables a nosotros. ¡Estoy triste! Ya no puedo jugar con nadie. Mi socio tiene casi setenta años, ya pinta canas y tengo que cuidarlo.


Verano.


Mis crias ya están volando, con el aplomo del calor hace algunas semanas que canto menos. Desde el árbol donde estamos, veo pasar a la gente que entra según dicen al Museo del Prado. Hace un tiempo mi primo se metió por la puerta, se dio un garbeó en alguna sala, los vigilantes de sala lo perseguían con escobas, desde ese día no es el mismo. Yo lo máximo que había hecho es pellizcar a mis polluelos para que salieran del nido, pero según nos contó, vio hombres comiendo a otros hombres, no podía creer esas barbaridades. Mucho tiempo después, al poner sobre aviso a las mayores cotillas aéreas. Cuando bebía agua en La Cibeles, el palomo con mayor buche que había visto me contó. Según él, copiaban o imaginaban sobre un lienzo, esas conductas nos parecían inimaginables, nosotros éramos seres prácticos. La pintura se llamaba ¨Saturno devorando a su hijó¨






Otoño.


El ingeniero jefe ya esta abriendo las galerías para el invierno,  este año se dio bastante mal, las pipas que dejan caer los gigantes han sido bastante menores. Las bajas han sido menos cuantiosas, muchos morían por aplastamiento, miles de hormigas descomunales ya no vagabundeaban por la ciudad, echábamos de menos los retumbes en el primer sótano. Nuestra amada reina nos había planteado con desmesurada viveza que debíamos trabajar con más ahínco, seguramente nos íbamos a quedar justos para la primavera. Las cucarachas lo habían notado, eran nuestra principal fuente de proteínas. Estábamos orgullosos, nuestra más valiente alpinista había sido capaz de lograr la más difícil de nuestras metas. Las moscas siempre estaban riéndose de nosotras, siempre presumían que sus lindas patas habían subido a la copa del madroño.  Nuestro antiguo récord estaba justamente en la nariz, había estado a punto de conseguirlo, pero pereció en el intento. Muerte por asfixia, una mascarilla de un desaprensivo que la había puesto para hacerse el gracioso la había quitado la vida. Éramos un pueblo orgulloso, los reyes declararon ese día como fiesta nacional, nunca olvidaríamos esa extraordinaria hazaña, subir al madroño a través del oso, no quedaría en el olvido. No será el pico más alto pero si el más emblemático.


Invierno.


Todo el cielo esta iluminado de estrellas amarillas y rojas. El señor que nos alimenta se esta retrasando, dicen mis amigos domésticos que esta con no se que cosa y no puede respirar bien. Mis hermanos gatunos y yo lo esperábamos famélicos. Me relamo los bigotes solo de pensar en los ricos sabores, intensos, excelentes perfumes de las más sublimes delicatessen que solo un “gato” gato podía comer. Todos los días antes de las ocho de la noche, pasea estirado por “Sobrino de Botín”con bastón en mano, con parpusa en cabeza y andares patizambos, hace días que nos oculta el rostro, nos trae en un plato de papel los más exquisitos manjares. Hace muchos días que lo esperamos, cambiamos tristes nuestras costumbres y vagabundeamos por plaza España. En las noches gélidas nos aproximamos a Gran Vía, en el instante justo donde las grandes estrellas se apagan y dejan verse por el este las brillantes luces de un nuevo día. En ese impase donde la ciudad que nunca duerme se activa, nosotros intentamos rapiñar algo en los cubos de basura.  Esta ciudad es mágica, el que la conoce queda atrapada en ella.

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